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Hijos independientes felices.

  • Nuria Pastor (invitada)
  • 26 dic 2017
  • 3 Min. de lectura

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Si hubiera que resumir en una frase el objetivo fundamental de los padres en relación a sus hijos, se podría convenir que consiste en darles amor y seguridad en los primeros años de su vida para conseguir hijos independientes felices.

El amor más auténtico y profundo es el que se transmite a través de la piel. De conformidad con la autora argentina Laura Gutman o el pediatra Carlos González es fundamental que los bebés reciban mucho sostén en brazos porque, de esta manera, reciben amor y seguridad al mismo tiempo. Un bebé no sostenido es propenso a sentirse biológicamente abandonado y, como consecuencia, podría incluso llegar a morir. Tengamos en mente la gran importancia de ese sostén. Lo ideal sería no perder nunca el contacto físico con nuestros hijos, los besos y abrazos de corazón deberían estar siempre presentes en nuestras vidas.

Es hora de dejar atrás actitudes que van en contra de nuestro instinto materno por miedo a que un bebé o un niño se acostumbre. Se acostumbre, ¿a qué?, ¿al cariño?, ¿a sentirse amado? El amor nunca es demasiado y pasa también por la necesidad -obligación, digamos mejor- de respetar los tiempos evolutivos de cada niño, porque no todos se desarrollan al mismo tiempo ni de la misma manera. Ningún niño que comience su época de adolescencia querría permanecer continuamente en brazos de su madre o dormir en la cama con sus padres. Dejemos, pues, que sean los niños los que pongan sus ritmos de evolución ofreciéndoles siempre nuestra ayuda incondicional.

La escucha y observación es otra forma de dar amor. Hay que tomarse el tiempo de observarles para llegar a conocerles, principalmente en los primeros años de vida donde no saben comunicarse verbalmente ni tampoco controlan sus emociones. De esta manera, podemos guiarles y enseñarles. Les demostramos que les queremos y nos importan escuchándolos siempre que lo requieran.

En cuanto a la seguridad, un niño que se siente amado se siente seguro, siempre que perciba que se le ama incondicionalmente. Es decir, tiene que sentir que, haga lo que haga, se le sigue queriendo con la misma intensidad. Establezcamos desde muy pequeños la diferencia entre no quererles y estar enfadados o disgustados con ellos. Son cosas completamente distintas que se confunden habitualmente y producen un daño irreparable en los niños.

Habrá que explicarles que se producirán hechos que no nos agraden o nos disgusten, en los que podremos reaccionar de manera que nos sientan distantes o les hagamos sentirse tristes, pero nunca deben dudar de que les seguimos queriendo exactamente igual; nuestra reacción es fruto del enfado, no de que ya no se les quiera.

Una vez que el niño sienta que se le ama sin condiciones encontrando en su casa la protección emocional necesaria, se podrá facilitar la labor del despegue con felicidad.

Tengo la firme convicción que cuanto más se invierta en los primeros años de vida de un niño, antes empezará la etapa de la autonomía feliz. Siendo, de cero a tres años, la etapa en la que más debemos volcarnos como padres, para fijar las bases de su seguridad y amor. Tarea, muchas veces ardua y agotadora, pero completamente compensatoria y satisfactoria a la larga.

Fijémonos en que hablamos de independencia feliz, despegue con felicidad o autonomía feliz, y no expresamos felices e independientes. Existen muchas variables, que no siempre se pueden controlar en su totalidad, para que un niño sea o no feliz, aunque el que se sienta querido es algo vital para su futura felicidad. La independencia se podría conseguir a través de una educación de tipo militar, en la que no necesitásemos el uso del cariño. Pero no es ese el objetivo. De lo que se trata aquí es de que el niño haya recibido tanto amor y seguridad, que biológicamente salga de él el proceso de despegue paulatino para con los padres. A su ritmo, y junto con nuestra labor de apoyo en su proceso de independencia. Si eso se hace así, habrá sido él quien haya puesto los tiempos a las etapas y no nosotros, por lo que, obviamente, será un independiente feliz.

Ahora que estamos finalizando el año, podría ser el momento de regalarnos el tiempo suficiente para analizarnos como padres: observar cómo es el lenguaje que empleamos al comunicarnos con nuestros hijos, cómo son nuestros intercambios. Tal vez descubramos la necesidad de cambiar alguna conducta repetitiva que probablemente no sea la más adecuada. Es importantísimo buscar un momento diario para charlar con ellos, sin móviles, ni televisiones, ni tablets; solo ellos y nosotros, para lo cual la cena o la comida sería un momento idóneo.

Aunque todo ello pudiera parecer una obviedad, desgraciadamente no lo es como puedo constatar cada día. Démosles su derecho a ser niños y vivir su infancia como lo que son: simplemente niños.

Nuria Pastor.

 
 
 

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