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Nuestras heridas y nuestros padres



En uno de mis artículos previos te hablé de las 5 heridas de la niñez o del alma, según Lise Bourbeau. En él se condensan nuestros grandes sufrimientos y respuestas a dichos sufrimientos. Te las recuerdo por si no las tienes frescas en la memoria: el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia.


Como te explicaba, a cada una de estas heridas le corresponde una máscara protectora. De esta forma podemos ocultarla para el resto de las personas y ofrecer actitudes y comportamientos diferentes.


Ahora bien, no para todos podemos ocultarnos con el mismo éxito. Además, las marcas o las heridas de ese calibre tienden a reflejar de un modo u otro la raíz del problema o del golpe que las ocasionó.


El origen de algunas de nuestras heridas y el resultado


Nuestras heridas muchas veces tienen un origen muy temprano, es decir, se forman con nuestros progenitores.


Voy a explicarte un poco más sobre esto.


1) El rechazo te hace huidizo y se vive con el progenitor del mismo sexo. El huidizo o el hijo acusa al progenitor del mismo sexo de rechazarlo y siente más ira hacia este que hacia sí mismo.


Lo curioso es que cuando vive una situación de rechazo con una persona del sexo opuesto, el rechazo es a sí mismo. Algo que genera más ira interna.


También puede que el hijo o afectado crea sufrir rechazo en determinadas situaciones, con personas del otro sexo. Pero lo que en realidad está experimentando es abandono.


2) El abandono te hace dependiente y se vive con el progenitor del sexo opuesto. El dependiente se siente abandonado con mucha facilidad por las personas del otro sexo y acusa a los demás y no a sí mismo del abandono.


Cuando sufre una experiencia de abandono por parte de una persona de su mismo sexo, se acusa a sí mismo por no haber prestado la atención adecuada o suficiente atención al otro. En realidad, lo que está viviendo en este caso es rechazo.


3) La humillación te hace masoquista y generalmente se vive con la madre. El masoquista se siente humillado con facilidad por personas del sexo femenino y tiende a acusarlas por ello.


Cuando se tiene una experiencia de humillación con alguien del sexo masculino, se acusa a sí mismo y se avergüenza de sus conductas y pensamientos ante el otro.


De manera excepcional, esta herida puede vivirse con el padre si fue él quien se ocupó de las necesidades básicas del niño, lo alimentó, lo vistió, le enseñó a comportarse… En este caso se invierte lo femenino por lo masculino en lo que he dicho antes.


4) La traición te hace controlador y se vive o se atribuye al progenitor del sexo opuesto. El controlador se siente traicionado con facilidad por las personas del sexo opuesto y suele acusarlas por el dolor o las emociones que siente.


Cuando el herido vive una experiencia de traición con personas del mismo sexo se acusa a sí mismo y se reprocha no haber visto venir la situación y así haberla evitado. Probablemente lo que considera una traición por parte de las personas del mismo sexo sea en realidad una experiencia que reactiva su herida de injusticia.


5) La injustica te hace rígido y es una herida que despierta con el progenitor del mismo sexo. El rígido sufre la injusticia con las personas del mismo sexo y las acusa de ser injustas con él.


Cuando vive una situación que califica de injusta con alguien del sexo opuesto, se acusará a sí mismo de ser injusto o incorrecto. Posiblemente esta experiencia de injusticia con el otro sexo sea más bien de traición.


Las heridas abiertas por el progenitor del mismo sexo


Cuanto más daño nos hacen estas heridas, más “normal” se vuelve recriminar al progenitor que hacemos responsable de nuestro dolor. Más adelante volcaremos o desahogaremos ese odio o rencor con las personas del mismo sexo que los progenitores que nos dañaron.


Por ejemplo, es “normal” que una joven odie a su madre porque siempre le hizo sentirse rechazada. Y con el tiempo transfiera ese odio a las mujeres y a su hija, quien se sentirá igualmente rechazada. Es como reproducir los mismos patrones aprendidos o interiorizados.


Le reprochamos a este progenitor tener nuestra misma herida y se transforma en un modelo ante nuestros ojos que nos obliga a mirarnos a nosotros mismos. Las heridas no pueden sanarse más que con un verdadero perdón a nosotros mismos y a nuestros padres.


Las heridas que recaen en el progenitor del sexo opuesto


Da igual cuál de las heridas vivamos con el progenitor del sexo opuesto, pues nos culparemos y condenaremos a nosotros mismos. Por ello tendemos a castigarnos de alguna manera. Creemos que a través del castigo se expían las culpas.


En realidad, LA LEY ESPIRITUAL DEL AMOR dice todo lo contrario. Cuanto más culpables nos sintamos y más nos castiguemos, más atraeremos el mismo tipo de situaciones. O sea, que cuanto más nos condenemos a nosotros mismos, con más frecuencia volveremos a enfrentar los mismos problemas.


Sentirse culpable dificulta el PERDÓN que es la fase fundamental en el proceso de curación de heridas.

Ya dije en el anterior artículo que este tema es apasionante y nos atañe a todos, por ello seguiré contándote cosas sobre nuestras heridas de niñez en otros artículos.


¿Te ves reflejado o reflejada en esto que he escrito? ¿Te interesaría sanar estas heridas? ¿Me permitirías acompañarte en tu proceso de sanación? Si las respuestas son afirmativas, ya sabes cómo y dónde encontrarme.


Buen día. Buena vida.


Vero

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